El agua como inspiración, sus aljibes y acequias, como elemento de unión entre los vecinos de un barrio tradicional e histórico. El Albaicín volvía a ser la inspiración, el sentimiento que inundó la obra del poeta granadino, Manuel Benítez Carrasco (1922-1999), que en este mes de diciembre hubiese cumplido cien años de vida. Un grupo de personas interesadas en la obra de este autor y rapsoda de reconocimiento internacional, participaban en una ruta guiada organizada por la Fundación AguaGranada para conmemorar el centenario del poeta y conocer los espacios del barrio que influyeron de forma especial en la obra de este creador que se convirtió en una estrella de la poesía y el teatro en la España de la mitad del siglo XX y, sobre todo, en Latinoamérica.
La lluvia caía de forma torrencial sobre el Albaicín alto. El agua corría a raudales por la calle Pagés camino del Chapiz, en busca del Darro. Aunque la convocatoria de la Fundación AguaGranada había agotado las plazas para participar en la ruta y la fuerte lluvia de la mañana del pasado domingo recomendó la suspensión y aplazamiento de esta actividad cultural, el grupo de granadinos y visitantes que se decidieron a acudir a la convocatoria, no quisieron perderse la posibilidad de conocer parte de los lugares y oír algún poema, con el encanto añadido de la lluvia. Guiados por el especialista en patrimonio histórico de Granada, Rafael Vaillanueva, optaron por recordar la figura del poeta en dos puntos clave del Albaicín, en la placeta de Carniceros y junto a la iglesia del Salvador.
A pesar de la lluvia, ataviados con paraguas, el espíritu y sentimientos de poemas como ‘Calle del Agua’ y ‘Ajibes de Granada’, fueron declamados por Rafael Villanueva y Laura, una de las asistentes, acompañados por el cadencioso soniquete de la lluvia, mientras los presentes se resguardaban bajo los escasos soportales de la calle Pagés, junto a la iglesia del Salvador, donde el poeta vivió sus primeros años.
Fue un pequeño homenaje a la obra de un autor, casi desconocido para algunos granadinos, pero que llenaba teatros en Madrid, México, Argentina y Estados Unidos, y que como indicaba Villanueva, “no solo creó centenares de poemas, sino que él mismo era el rapsoda encargado de exponerlos ante el público”. Poemas inspirados en situaciones vividas en su etapa albaicinera, en su casa, entre sus vecinos de calle, acompañando a su madre a llenar los cántaros en los aljibes, observando el ir y venir de las jóvenes en las placetas.
En esta mini ruta en la que Benítez Carrasco volvió a vivir en el Albaicín, Villanueva, comentó las etapas de la vida del poeta, que tras unos inicios profundamente religiosos, llegó a ser novicio jesuita, una vocación que abandonó en pro de la poesía y el teatro. En 1947 viajó a Madrid donde realmente empezó su ascensión como autor y rapsoda, que le llevó a países de América del sur y especialmente a Argentina y Cuba. Volvió a España y a Granada en los años 80. Al final del siglo, en 1998, el Ayuntamiento lo nombró hijo predilecto de Granada. Un año después fallecía. El Ayuntamiento de Sevilla le dedicó una calle y el del Granada una plaza en el Zaidín.