Un basurero puede generar miles de hogares. Por repugnante que parezca, se trata de una realidad más que palpable. Sucede en el barrio de Payata de la capital filipina, en Manila. Allí residen unas trescientas mil personas que viven de lo que recogen en la basura. La zona, periférica, forma parte de uno de los focos habitados de esta megaurbe en la que habitan 16 millones de personas. A sus vecinos no les llaman como al resto de ciudadanos.
Payata es un barrio relativamente moderno. Se construyó tras un derrumbe ocasionado en 2002 junto a un gran basurero de la ciudad. Su reciente creación contrasta con el concepto de concebirlo como un barrio nuevo, porque parece todo lo contrario. La mayoría de sus habitantes proceden de basureros donde también hay vida y trabajo de diario para seres humanos que subsisten como si no fueran humanos, por el rechazo que generan sobre otros. Les denominan ‘squatters’, que alude a la definición de ocupantes ilegales. Porque el barrio es ilegal. Sin duda, uno de los lugares más deprimidos de Manila.
En él no existen ni supermercados, ni tiendas, ni bancos, ni pensiones, ni, por supuesto, centros de salud, por citar algunos componentes básicos de una barriada. Es precisamente ahí donde desarrollan su cometido humanitarios dos oenegés, Payatas Orione Foundation Incorporated (Paofi) y Cottolengo Filipino, dirigidas por religiosos pertenecientes a la congregación de Pequeña Obra de la Divina Providencia.
La primera se encarga de dar de comer a diario a 400 niños en nueve comedores; también posee un ambulatorio para enfermos de tuberculosis que trata a 200 niños y 100 adultos; y dos pequeños dispensarios de medicina general en el que se atiende gratuitamente a 40 personas al día. Cottolengo Filipino, de su lado, es una institución que acoge en régimen de internado a 40 niños afectados de múltiples minusvalías físicas y psíquicas que han sido abandonados por sus familias.
Julio Cuesta es un sacerdote de setenta y dos años nacido en Villalbilla de Villadiego (Burgos) que lleva desde 2004 como misionero en Filipinas. Su congregación coordina la parroquia católica de Payatas y las citadas organizaciones no gubernamentales sin ánimo de lucro. Como explica, “el principal problema que tenemos aquí es que no existe ayuda económica por parte del Gobierno, ni para las familias con hijos con minusvalía , ni para las instituciones privadas que trabajan en este sector”. Como refiere, “en la mayoría de los casos, las familias no pueden soportar el gasto económico y la dedicación que supone un hijo con minusvalía. Lo dejan abandonado en la calle o en los hospitales”. La ayuda resulta indispensable.
Manila I
Por primera vez, desde su constitución (2005), Fundación La Arruzafa (FLA) inicia una misión de cooperación en esa zona del planeta. Hasta la fecha, esta organización constituda principalmente por profesionales del Hospital La Arruzafa de Córdoba, suma veintisiete expediciones a países como Madagascar, Tanzania, Guinea Ecuatorial o Benin, entre otros, atendiendo a más de veintidós mil pacientes entre países del Tercer Mundo y ciudadanos españoles.
En adelante, la FLA también se ha fijado el reto de ayudar a estas organizaciones filipinas. Tal y como explica Alicia Navarro, coordinadora y voluntaria de proyectos en la FLA, “cuando llegamos allí comprobamos cómo viven miles de personas en situación de pobreza extrema. La ayuda es sumamente importante para ellos”. Navarro alude a la necesidad que existe en este lugar para tratar con medicamentos enfermedades como la tuberculosis, especialmente proliferante en una zona donde la vida cohabita con la insalubridad.
El primer contacto de la FLA ha servido para sentar las bases de una futura colaboración, fundamentada “en el envío de medicamentos”. La primera partida, ya recepcionada, ha sido un envío de 120 kilos de material farmacológico. “Aunque el propósito es que la cantidad pueda incrementarse en el futuro”, concreta Navarro.
El envío de ese material ha sido recibido como “si hubieran venido los Reyes Magos”, matiza el padre Cuesta, quien “agradece tremendamente la generosidad”. En la donación de medicamentos ha participado también la Farmacia El Brillante y un grupo de voluntarios del Hospital La Arruzafa entre los que se encuentran, oftalmólogos, optometristas y auxiliares.
El compromiso adquirido para cooperar con las oenegés que trabajan en la barriada de los ‘squatters’ se ha rubricado a principios de este año, en el que una representación de la FLA ha viajado hasta Manila para comprobar el trabajo que Cuesta y su equipo llevan a cabo en una de las zonas del mundo donde el término vivir deduce otro concepto, por desgracia.